12/2/25 – En 2009 se otorgó el Premio Nobel de la Paz más ridículo en la historia de los Premios Nobel. Fue concedido al presidente estadounidense Barack Obama. Recién elegido. Cuando aún no había hecho nada. Porque, se decía, iba a lograr la paz en Oriente Medio. Pero no la consiguió. En cambio, financió y armó las guerras de Siria y Libia, ayudando y financiando a las milicias yihadistas, entre ellas los atroces salafistas violadores y asesinos del ISIS. Oficialmente, la justificación decía: “por los esfuerzos extraordinarios en el fortalecimiento de la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. ¿En serio? Una farsa. Y una banalidad absoluta. Pero el primer presidente negro de EE.UU. ya estaba de moda, convertido en ícono en los salones de la política europea. Nadie hizo objeciones.

Ahora, el próximo Premio Nobel de la Paz lógicamente debería concederse al anti-Obama por excelencia. El odiado y temido – sobre todo en los salones europeos – sanguíneo y anárquico Donald Trump, quien ha regresado al poder con puño de hierro. Él sí ha impuesto una tregua (que no durará, porque el pulpo Hamás sigue vivo y fuerte) en la Gran Guerra de Gaza. Y apenas unas semanas después de asumir la Casa Blanca, hoy Trump ha anunciado que ha acordado en una larga y cordial conversación telefónica con Vladímir Putin el inicio “inmediato” de negociaciones para poner fin a la guerra más absurda del siglo: la de Ucrania. Que, según él, nunca habría comenzado si hace dos años él, y no el senil Joe Biden, hubiera estado en la Casa Blanca.
Trump ya ha iniciado el proceso de paz con Putin, un hombre clave para el control de las tensiones internacionales, al que Occidente, alineado con Biden, ha demonizado e aislado estúpidamente en los últimos dos años. Alimentando una guerra absurda a expensas de los contribuyentes estadounidenses y europeos, que nunca habría comenzado si Occidente hubiera cumplido los compromisos adquiridos con Moscú tras el desmantelamiento de la URSS. Es decir, no permitir la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas. Trump ha puesto en su lugar al presidente ucraniano Zelensky, el “idiota útil” utilizado por Biden y los dirigentes europeos para intentar humillar al gigante ruso, la primera potencia nuclear del mundo. Zelensky ha sido transformado por una prensa “militarizada” – según el exlíder de Podemos, Iglesias – en una patética versión de Robin Hood de la libertad, a quien se le han regalado cientos de miles de millones de dólares sacados del bolsillo de los contribuyentes europeos y estadounidenses para alimentar una guerra insensata e inútil. Una guerra que Rusia, en cualquier caso, no podía perder y que, además, no interesaba en absoluto a la Unión Europea. Pero los líderes europeos, desde Macron hasta Scholz, demasiado jóvenes para haber vivido los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se han inflamado de adrenalina y de un furor guerrero, transformándose en pequeños Napoleones. Olvidando defender los intereses de sus propios ciudadanos. Dinero tirado por la ventana para una guerra perdida desde el principio. Fondos que sirvieron sobre todo para alimentar la corrupción del régimen ucraniano y acelerar la masacre de cientos de miles de jóvenes rusos y ucranianos. Además de empobrecer a las clases medias europeas y garantizar ingresos faraónicos a especuladores, bancos y magnates de la industria armamentística.

Con Trump vuelve el sentido común. El plan de paz del presidente de EE.UU. en gran parte confirmará las razones de Rusia. Con un alto el fuego en las líneas actuales del conflicto, el reconocimiento de los derechos de Moscú sobre Crimea y las regiones rusas de Ucrania, un veto a la adhesión de Kiev a la OTAN, y un “sí” en cambio a su ingreso en la UE (una jugada astuta que debilitaría a un competidor comercial de EE.UU., al absorber un país pobre y ultra problemático). Un bumerán para Europa, vista por Trump como una molesta rival. Todas son medidas lógicas e inevitables que, sin la peligrosa estupidez de los líderes occidentales, habrían permitido evitar desde el principio la guerra, la muerte de innumerables jóvenes de ambos países, el aumento de los precios en Europa y el empobrecimiento constante de las clases medias. No es casualidad que, al anunciar las negociaciones con Putin, Trump haya ignorado y humillado completamente a los “pequeños” europeos, para negociar con un personaje a quien respeta y considera a su altura.
REVOLUCIÓN TRUMP
Apenas llegado a la Casa Blanca, e incluso antes, el magnate ya ha comenzado a transformar la política y las relaciones internacionales. Guste o no. Ha impulsado a Elon Musk (¿su posible sucesor?) en una cruzada contra la corrupción y el despilfarro en la administración pública, que debería devolver cientos de miles de millones de dólares a los bolsillos de los contribuyentes estadounidenses. Ha promovido el fin de la histeria destructiva del “correccionismo político”, que hoy contribuye a la impotencia y decadencia de Europa. Frente a los nuevos líderes fuertes del “nuevo mundo”, como Trump, Putin, el sultán neo-otomano Erdogan, el chino Xi Jinping o el argentino Javier Milei, que ya se están repartiendo el mundo a expensas de la vieja Europa.

LA BOMBA DE TRUMP
Trump reafirma con fuerza los intereses estratégicos de Estados Unidos. Tiene un poder sin precedentes en sus manos. Y lo usa. Lanza propuestas que nadie más se atrevería a hacer. Pero que podrían cambiar la faz del mundo. Como la de “comprar” Groenlandia, la cueva de Alí Babá de las materias primas y ahora un punto estratégico clave en las rutas del norte, o la de tomar el control de la Franja de Gaza, trasladando a gran parte de su población (¿provisionalmente?), erradicando definitivamente el “tumor” de Hamás, y reconstruyendo sobre las ruinas de la guerra un oasis turístico que garantice la prosperidad de sus habitantes y la paz entre israelíes y palestinos. Claro, el proyecto presenta dificultades infinitas. Trump incluso contempla dar luz verde a una anexión de Cisjordania por parte de Israel. Otra bomba lanzada sobre el statu quo mundial. Propuestas brutales, políticamente incorrectas, de un hombre con poder, que quiere ejercerlo, pero que tal vez, al final, podrían llevar – con alto riesgo – al fin del eterno conflicto israelí-palestino. Y el Nobel, ¿quién se atreverá a negárselo al nuevo hombre más poderoso del planeta…?
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